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Aunque cada vez más organizaciones ven el valor de balancear la vida personal-laboral de los empleados, aún nos falta un largo camino que recorrer…

Vivimos en comunidad, desde la familia de origen, los círculos de amistades que frecuentamos, los grupos de trabajo, los vecinos del lugar en que habitamos… es decir, somos seres sociables y somos creadores de “familias” o al menos de su concepto.

Por ello, el término familia es uno de los más importantes para la cultura corporativa, independientemente de si se trata de una gran organización o de pequeñas y medianas empresas (PYMES).

No solamente porque dentro de las mismas se crean comunidades y familias, sino porque las empresas tienen la responsabilidad social de ser familiarmente responsables. 

Hablemos de la Responsabilidad Familiar Corporativa, la cual nace de una visión y postura más humana de las empresas, de aquellas que buscan enaltecer su relación con la sociedad, casi de una forma simbiótica.

Y es que no debemos olvidar que las organizaciones están compuestas por seres humanos, no máquinas, que cuentan con sus familias y ven por las mismas, sin descuidar la productividad que, en el mejor de los escenarios, se vuelve un elemento de balance entre la vida personal-familiar y laboral de los grupos de interés involucrados.

Cada vez nos damos cuenta de que es ya URGENTE ser social y familiarmente responsable. Crear valor entre los grupos de interés del entorno de las empresas, sobre todo porque cuando las empresas ven por las necesidades humanas de los empleados, están viendo por la sociedad y virtuosamente se incrementa la productividad y el capital, pues el beneficio es mutuo.

Vivimos en un mundo competitivo, en un mundo en el que cada vez nos aislamos más, desde estar pegados a un celular hasta mostrar desinterés por las necesidades que presenta nuestro entorno. Individualistas, egoístas y hasta cínicos, muchos optan por simplemente comportarse ajenos ante los problemas a su alrededor, sin tomar en cuenta de que nos afecta en menor o mayor medida, porque formamos parte de un todo.

De acuerdo a AENOR, entre los beneficios de ser una Empresa Familiarmente Responsable (EFR) están “mejor imagen de compromiso con el personal y la sociedad, atracción y fidelización del talento, aumento de la competitividad y la productividad, reducción del absentismo y la rotación, personal más comprometido y motivado (mejora del clima laboral) y mayor flexibilidad”. Por ende, se intuye que es una forma de crear un círculo virtuoso entre las empresas y sus grupos de interés, de manera que a la vez se enaltece el valor de la familia dentro de las mismas, así como en la sociedad.

Facilitar el equilibrio de la vida personal-familiar-laboral a los empleados es darle un valor agregado a la empresa. Es apostar por el sano desarrollo y crecimiento de su personal y de la sociedad en sí.

Claro, es importante que cada corporación adopte un modelo propio para ser EFR, ya que cada una tiene su identidad, necesidades y potencial.

La pandemia por la Covid-19 nos ha dado una gran lección en todos los aspectos desde que estalló, entre ellos que estamos ávidos de resiliencia, de prácticas más humanas en las empresas, de buscar esa conciliación entre el bienestar personal, con el familiar y el laboral, con el fin de mejorar la calidad de vida dentro y fuera del área de trabajo.

La familia es el núcleo de la sociedad y las empresas deberían de valorarlo como un activo único y como una prioridad en su modelo de negocio y desempeño.

 

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