“Lee y conducirás, no leas y serás conducido”. La lectura tiene mucha importancia el cultivo de la inteligencia y la preparación cultural en la formación de la personalidad. La lectura incide en la capacidad de comunicación oral y escrita, lo que permite una participación más inteligente en la vida social
El cultivo de las humanidades ayuda a adquirir hábitos de contemplación estética o intelectual: una cultura profunda favorece el desarrollo de una razón que no sólo hace, sino que también considera y contempla. La literatura, la historia, la filosofía, el arte y otras tantas disciplinas cultivan aspectos de la inteligencia o de la sensibilidad importantes para el desarrollo humano.
Las grandes obras literarias de Fedor Dostoievski, Miguel de Cervantes, León Tolstoi y de otros ayudan a conocer la psicología humana más que un “tratado de psicología”.
Un educador de nuestro tiempo recomendaba a los adolescentes que leyeran buenas novelas sobre el amor, de ese modo adquieren experiencia de cómo se puede conocer al verdadero amor del falso. Una chica que ha leído 40 historias de amor, tiene ya 40 experiencias, riqueza que no dan las telenovelas. No nos referimos a las novelitas ilustradas –que quedan sólo en emociones y sentimientos–, sino a los libros con calidad literaria.
Francis Bacon afirmaba que “la lectura produce personas completas; la conversación, personas dispuestas, y la escritura, personas precisas”.
“Lee y conducirás, no leas y serás conducido”, decíamos en el título y efectivamente si no lees, si no razonas, pronto serás conducido por el ambiente, por otros, o por tus propias pasiones y egoísmos.
Lecturas de calidad
Las personas que han leído autores clásicos con cierto orden y tiempo para reflexionar tienen una visión más penetrante de la realidad. Leer autores valiosos alza el nivel del pensamiento. Convencer no es vencer, es más bien implicar a otros en un esfuerzo común por conocer la verdad.
Leer ayuda a matizar, razonar y participar en el debate cultural que se refleja en los medios de comunicación y en la vida diaria. Además, la buena literatura, clásica y contemporánea —narrativa, dramática, poética— ha contribuido siempre a la formación ética y a la educación de los sentimientos, aspectos esenciales de la madurez humana.
Los grandes libros permiten compartir experiencias de gran valor, conocer personalidades como la de Hamlet o la de Don Quijote, descubrir –a través de las mitologías antiguas– tentativas de respuesta a interrogantes existenciales, disfrutar con el amor a la naturaleza que late en las novelas de Tolkien, acercarse a la Roma de Nerón con Henryk Sienkiewicz, penetrar en el proceso de una conversión como en “Las Confesiones” de San Agustín o en la búsqueda de sentido de Viktor Frankl.
Te presentamos algunos libros que pueden ser parte de una biblioteca:
De Oscar Wilde:
“La importancia de llamarse Ernesto”
“El ruiseñor y la rosa”
“El Príncipe Feliz”
De Martín Luis Vigil:
“La muerte está en el camino”
“La vida sale al encuentro”
De Manuel Tamayo y Baus:
“La locura de amor (sobre Juana la Loca)”.
De Von Chamizo
“El hombre que perdió su sombra”.
Clásicos recomendados
Vale la pena dejar el estrés, las preocupaciones y los celulares para sumergirse en obras literarias clásicas, tales como las siguientes:
“Eugenia Grandet”
Por Honorato de Balzac
La protagonista de esta obra es hija de un rico y avariento burgués. Posee firmeza de carácter y piedad. A la muerte de sus padres se convierte en el centro de las ambiciosas pretensiones de los mejores «partidos» de Saumur. Es un personaje sencillo y animado por una inextinguible vida ideal.
“Jane Eyre”
Por Charlotte Brontë
Jane es una huérfana que conoce el egoísmo de los parientes acaudalados y la dureza de los institutos de beneficencia de su época. Aunque la trama está embebida de ingenuidad, Jane vive en el tiempo porque es un personaje «vivo», ardiente y rebelde, profundamente religiosa pero dispuesta a denunciar la hipocresía de las convenciones de su tiempo.
“Rebeca”
Por Daphne Du Maurier
Pocos personajes hay en la historia de la literatura que tengan tanta intensidad como Rebeca. Es la protagonista absoluta de la novela, aunque murió hace años y su cadáver yace en el fondo del mar. Pero está omnipresente y marca a todos los personajes que habitan en la casa en la que ella vivió.
“Daisy Miller”
Por Henry James
Daisy es una muchacha americana, bella y de familia rica, que suple con desenvoltura la falta de una educación refinada. Independiente, llena de sinceridad y de coquetería lleva consigo la naturaleza y las costumbres de un mundo nuevo, pero la sociedad de la vieja Europa da la voz de alarma y en torno a ella se hace el vacío. La figura de Daisy Miller es una de las mejores imágenes femeninas de las que James ha narrado la vida interior.
“La Celestina”
Por Fernando de Rojas
Celestina es lo que comúnmente se conoce con el nombre de «alcahueta», pero también es la personificación de la brujería y variadas astucias al servicio de su profesión. La grandeza de Celestina fluye de la misma realidad, de sus rasgos simultáneamente repugnantes e impregnados de simpatía, de gracia de mujer de pueblo, de prudencia proverbial y de pedantería erudita. Es una obra fuerte pero el bien y el mal quedan muy claros.
“Antígona”
Por Sófocles
Los dos hermanos de Antígona mueren uno a manos del otro. El nuevo tirano de Tebas, su tío, entierra a uno y niega la sepultura al otro, y amena de muerte a quien lo haga. Antífona cumple con lo que cree que es su deber desafiando a la muerte.
“El Principito”
Por Antonio de Saint-Exupéry
Un cuento poético que viene acompañado de ilustraciones hechas con acuarela por el mismo autor del libro. En él, un piloto se encuentra perdido en el desierto del Sahara, después de que su avión sufriera una avería, y para su sorpresa, es allí donde conoce a un pequeño Príncipe venido de otro planeta. “No importa en qué desierto metafórico nos encontremos en el transcurso de nuestra vida, siempre hay un pozo oculto que la riega y la hace florecer”. Para encontrarlo debemos ver más allá de las cosas materiales y de nuestra situación, e ir directamente al corazón de la vida. Ya que “sólo con el corazón se puede ver bien; lo esencial es invisible para los ojos”.