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Vivimos en un mundo en el que la nutrición se considera algo secundario. Los padres pueden hacer de la comida una gran oportunidad para formar buenos hábitos que van más allá de una dieta balanceada

En una sociedad que vive con prisas, sobre todo en la zona urbana, alimentarse bien puede considerarse un asunto secundario al cual con frecuencia no se le da la debida importancia hasta que ya se presenta un impacto notorio en el peso, relacionado frecuentemente con riesgos a la salud.

Los hábitos alimentarios que se forman desde la primera infancia, impactan definitivamente en la relación que una persona tendrá con la comida. Los padres pueden hacer del momento de la comida una gran oportunidad para forjar en sus hijos no solo buenas costumbres en cuanto a la elección, forma y proporción de comida para llevar una dieta saludable y balanceada, sino además disfrutar de momentos de convivencia y transmisión de tradiciones y buenos modales. Al involucrar a los hijos en el menú semanal, también les puede ayudar a desarrollar habilidades de planeación y presupuesto, creatividad y trabajo en equipo. 

Ahora bien, es importante que los padres sean cuidadosos a la hora de referirse a la ingesta, evitando comentarios negativos, ofensivos o radicales respecto al efecto en el aspecto físico de la persona, sino en todo momento, hablar de nutrición más que de apariencia. 

Entre la obesidad y la anorexia

Estamos ante una realidad: México ocupa el 5º. lugar de obesidad en el mundo según la Federación Mundial de Obesidad. De acuerdo con el Atlas Mundial de Obesidad, publicado en Marzo de 2022, más de mil millones de personas de todo el mundo vivirán con obesidad para 2030; el 13 por ciento de los niños y adolescentes se verán afectados. (1) Esto debido en gran medida al incremento en el consumo de “comida rápida”, que incluye abuso de bebidas azucaradas, alimentos ultra-procesados o con exceso de grasas saturadas; lo anterior agravado por la falta de actividad física. Es importante volver a la “comida casera”.  

Por otro lado, en nuestra sociedad vivimos también una obsesión por el peso y la apariencia, en mucho propiciado por la publicidad y las redes sociales que presentan la delgadez como sinónimo de belleza, provocando en muchas personas una insatisfacción corporal. Esto repercute en una obsesión por la cantidad y calidad de los alimentos, que puede exponer a los hijos a conductas de riesgo como dietas extremas, o sufrir inestabilidad emocional. En México, 68% de las niñas antes de iniciar la adolescencia, 74 por ciento de las adolescentes y 69 por ciento de los varones adolescentes están insatisfechos con sus cuerpos y más de la mitad en cada grupo de edad ya ha iniciado una dieta para bajar de peso (2). Si no la realizan con adecuada supervisión, en algunos casos, pudiera llegar a convertirse en Trastornos de la Conducta Alimentaria, desarrollando enfermedades tales como la anorexia o la bulimia, las cuales ordinariamente los padres tardan en detectar hasta que ya el estado de salud de los hijos se encuentra muy deteriorado. 

Nos encontramos entre dos realidades en relación a la ingesta de comida, que conllevan consecuencias diferentes: sobrepeso u obesidad por un lado, con el riesgo de desarrollar otras enfermedades tales como diabetes o colesterol elevado, o bien, desnutrición, como es el caso de la anorexia y la bulimia, en las cuales pueden llegar a provocar la falla en diversos órganos e incluso la muerte.  

Por tal motivo es importante lograr una nutrición adecuada, mediante un balance adecuado en la proporción, consumo y variedad de los alimentos, con flexibilidad y sin exageraciones, cuidando así tanto la salud física como mental de la familia.

Referencias:

Sana relación con la comida

Como padres, enseñemos a nuestros hijos a tener una “sana relación con la comida”.  Estos sencillos consejos pueden ser de utilidad:

  • Hablar de alimentación saludable, no de dieta

Los papás enseñamos con el ejemplo. Aunque el requerimiento calórico y nutricional evidentemente es distinto en las diferentes edades, es nuestra actitud ante la comida y la figura física lo que más les impacta.  Cuidemos lo que decimos; a veces son las madres las más severas en la forma en nos expresamos del propio cuerpo y el de nuestros hijos.

  • Es mejor limitar la ingesta que prohibirla 

Ser flexibles y no “condenar” ciertos alimentos. Evidentemente hay alimentos que no son recomendables para el consumo diario, como los refrescos embotellados, pasteles o dulces. Sin embargo, en una celebración o fiesta en que se las ofrezcan, es oportunidad para enseñarles a consumirlos con moderación. Así como abusar de estos alimentos puede ser perjudicial, excluirlos totalmente puede provocar pensamientos obsesivos hacia ellos.

  • Enseñar a los hijos a reconocer la sensación de hambre y de saciedad

Es muy importante reconocer y atender las señales naturales del cuerpo, comer cuando se tiene hambre y dejar de hacerlo una vez que se sientan satisfechos. Los padres ayudarán dando a los hijos una porción adecuada de comida.

También deben estar atentos para “educar” dichas sensaciones. Es decir, si un niño ya se acostumbró a no desayunar, es probable que la sensación de hambre esté inhibida y sea necesario empezar a “comer sin hambre” una pequeña porción, para poco a poco, “despertar el hambre” que se esperaría posterior al ayuno nocturno y acostumbrarse a realizar dicha comida. Esto evidentemente no es fácil y puede requerir todo un cambio en la dinámica familiar que implique desde levantarse más temprano “para tener tiempo” de preparar el desayuno y realizarlo, y posiblemente requiera también irse a dormir más temprano la noche anterior, además de organizarse para tener preparado lo necesario para la pronta realización de los alimentos.  Recordemos también que a veces el adormecimiento de los niños por la mañana no se debe a que no han dormido suficiente, sino que les falta energía precisamente por falta de alimentos. 

En cuanto a la sensación de saciedad, cuando pareciera que ya comieron suficiente, puede bastar con hacerlos esperar un poco antes de que sigan comiendo para realmente reconocer si continúan con hambre o simplemente están antojados.

  • Planificar las compras en base a un menú saludable y variado

Involucra a tus hijos, pidiéndoles sugerencias. Y anticípate a las situaciones de tu rutina en las que puedes “perder tus buenas intenciones”. Por ejemplo, volviendo al desayuno por su importancia, si reconocemos que puede ser el momento del día cuando todos tengan más prisa, se puede dejar avanzado o totalmente preparado el desayuno desde la noche anterior, así como los snacks que los hijos llevarán para el recreo de media mañana. Puedes propiciar que toda la familia participe en la planeación y elaboración, incluso turnándose para preparar el “lonche” a otros miembros de la familia, dándoles orientaciones como que sea en base a ciertos ingredientes, que sea variado, etcétera. También practicarían la generosidad y la corresponsabilidad familiar.

  • Rutinas y horarios de comida

Es importante comer en familia. Establecer horarios y respetarlos lo más posible da orden y estructura las demás actividades. Evitar que los hijos coman en su cuarto o realizando otra actividad. Así observarás su “relación” con la comida. Enseña a tus hijos que los alimentos merecen una “segunda oportunidad”, es decir, volver a probarlos, porque a veces pasa que en otra ocasión “sabe más rico”. Por otro lado, hacerles ver que, aunque hay sabores que son nuestros favoritos, también tendremos que comer otros “que no nos encantan”, pero son nutritivos y por tanto nos conviene comerlos. Evitar al máximo que reduzcan sus opciones de alimentación a unas cuantas.

A los padres nos toca cuidar la alimentación de forma natural. Comer bien para vivir sanos, y no vivir para comer, convirtiendo a la comida en un pensamiento obsesivo. Recuerda que comer en familia es una oportunidad para fortalecer vínculos y cuidar la salud de todos.  

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