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Las diferencias de opinión y actuación entre los seres humanos constituyen sin lugar a dudas el principal causal en términos de disputas y conflictos sociales, no sólo por el hecho de frenar la colaboración y el respeto, sino también por el desgaste físico y emocional que representan en el día a día.

Vemos con mayor frecuencia situaciones de enojo y confrontación de ideas, posturas, creencias y convicciones en la que cada vez más personas, grupos y familias experimentan insatisfacción y rivalidades. Todos hemos vivido el desaliento y la preocupación por desacuerdos en las relaciones familiares.

Ser tolerante no es sinónimo de “aguantar” a quienes sean diferentes a nosotros. Tampoco quiere decir que debamos aceptar algo que interfiera con nuestras convicciones.

La tolerancia se refiere a aprender a reconocer y respetar las diferencias que nos identifican, es la actitud constante de comprensión sin juicio. Podemos definirla como el respeto y consideración hacia las opiniones o prácticas de los demás, aunque sean diferentes a las nuestras.

Lo contrario es la intolerancia: este comportamiento se genera cuando una persona no puede o no quiere aceptar que no todos piensan igual que él o ella. Es muy fácil caer en la intolerancia si hay faltas de respeto que la desencadenan y propician conflictos en nuestro hogar, lugar de trabajo, familia o comunidad.

Callar a alguien o no tomar en cuenta lo que dice –y no tener la comunicación adecuada– son acciones que propician el ambiente idóneo para la intolerancia. Esto no significa que debemos tolerar todo. 

 

Actuar ante comportamientos intolerantes

 

¿Existen comportamientos intolerantes ante los que debemos actuar? 

El mal no se tolera, se corrige, no podemos tolerar los asesinatos, las violaciones, el robo, por mencionar algunas conductas tóxicas y que representan un riesgo a nuestra seguridad física, a la paz y la sana convivencia social. La razón subyacente es que hay verdades y valores que consideramos: no negociables. La tolerancia es más segura cuando se nutre de convicciones firmes.

Todos los seres humanos  tenemos dos orejas y una boca, precisamente para escuchar más y hablar menos y con ello nos hacemos respetar.

Siempre existirán diferencias de opinión en las familias, por cuestiones muy diversas. El ritmo de vida actual no siempre facilita que los miembros dialoguen, escuchen y se respeten. La competencia social, el desaliento, las preocupaciones diarias del trabajo y la cultura de inmediatez están a la orden del día.

Para propiciar un entorno familiar tolerante, lo que por cierto en nuestra época no siempre resulta fácil porque vivimos en una cultura materialista, permisiva y relativista (los esposos en su relación cotidiana y los padres e hijos), se necesita lo siguiente:

 

  1. Dialogar y hacerlo con escucha activa 
  2. Respetarse y hacerse respetar
  3. Aceptar las diferencias de opinión 
  4. Entender los límites para evitar el permisivismo o el autoritarismo
  5. Cultivar la virtud de la fortaleza

 

Libertad vs. Autoridad

 

Respecto a los límites, la naturaleza humana se mueve casi siempre entre los dos polos: libertad vs. autoridad. Si nos inclinamos hacia la primera podemos caer en el permisivismo, si lo hacemos en la segunda, podemos generar el autoritarismo.  

Ambos extremos son dañinos para la familia, ya que propician un actuar sin verdadera responsabilidad. Los expertos en educación familiar recomiendan un punto medio: libertad responsable. 

Por ejemplo: los hijos que no perciben límites razonables al actuar en libertad tienden a ser irresponsables y negligentes en las tareas del hogar y la escuela. 

Ponderarán sus deberes como algo innecesario y molesto. Al crecer muy probablemente estarán actuando con desinterés para colaborar y esforzarse en sus ambientes laborales,  sociales y comunitarios. Serán intolerantes con los compromisos y se sentirán insatisfechos por los logros de otros.

Libertad sin responsabilidad es un espejismo, un intento de anular la confianza en los principios de rectitud, compromiso y solidaridad. Somos libres, pero también somos responsables de nuestros actos.

Finalmente, la fortaleza como virtud rectora tiene dos vertientes, una que resiste y otra que acomete. La primera se llama paciencia y la segunda se conoce como perseverancia, ambas constituyen una coraza para vencer dificultades matrimoniales y familiares. En ocasiones es mejor actuar con paciencia y en ocasiones lo aconsejable es apostarle a la perseverancia. 

 

Diagnóstico de tolerancia familiar

 

En una escala del 1 al 10, donde 1 es pobre o nula y 10 es excelente, revisemos la relación familiar para identificar cuáles son las áreas de oportunidad en términos de tolerancia:

  • Dialogar, con escucha activa: 
    1 2 3 4 5 6 7 8 9 10   
  • Respetarse y hacerse respetar:  
    1 2 3 4 5 6 7 8 9 10   
  • Aceptar las diferencias de opinión
    1 2 3 4 5 6 7 8 9 10   
  • Entender los límites  para evitar el permisivismo o el autoritarismo
    1 2 3 4 5 6 7 8 9 10   
  • Cultivar la virtud de la fortaleza (paciencia y perseverancia):
    1 2 3 4 5 6 7 8 9 10   

        

*Si el total suma menor o igual a 20, existen evidentes señales de intolerancia.

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