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Hay muchos ejemplos de figuras públicas que han enaltecido el rol de la familia en la sociedad y uno de ellos es Gilbert Keith Chesterton, el escritor inglés del siglo XIX. Aquí un poco sobre su historia y perspectiva.

En este año dedicado a la familia, he recordado que el célebre escritor inglés Gilbert Keith Chesterton (1874-1936) promovió el ideal de la familia humana y sus valores.

Escribió: “El lugar donde nacen los niños y mueren las personas, donde el amor y la libertad florecen, no es ni en una oficina, ni en un comercio, ni en una fábrica. Ahí veo la importancia de la familia”.

Sostenía que cuando los cónyuges contraen matrimonio se pertenecen el uno al otro. Y que esta unión funciona para siempre, con la idea básica de la permanencia.

El poder estatal –también afirmaba– crece de día en día, pero son las tradiciones multiseculares las que sostienen a la humanidad. Y la tradición del matrimonio resulta clave.

La familia es una sociedad estable, cuyo objetivo fundamental es la propagación de la especie humana y en la que sus miembros, por medio de la unión de vida y de amor, hacen frente a las necesidades materiales y morales de la vida cotidiana.

Fundada sobre el matrimonio contraído libremente –uno e indisoluble– la familia es y ha de ser considerada como el núcleo primario y natural de la sociedad.

El hogar es el lugar por excelencia en donde los hijos aprenden todos valores, donde forjan su carácter y crecen en solidaridad y cariño mutuo para enriquecer el desarrollo y bienestar de sus propios miembros y de la sociedad.

Y es que las personas no nacen con la capacidad de valerse por sí mismas para obtener el fin de sus vidas, sino que necesitan del continuo cuidado y protección de sus padres.

El papel insustituible que la sociedad familiar desempeña en la formación del ser humano es lo que constituye, en última instancia, el marco imprescindible de la procreación.

La familia, en definitiva, es por naturaleza la primera comunidad de vida, de educación y de perfeccionamiento humano.

A finales del siglo XIX y principios del siglo XX, Gilbert K. Chesterton enfrentó algunas corrientes ideológicas muy acentuadas que desorientaban a la opinión pública, como: el ateísmo, el Positivismo. Su fundador, el filósofo francés Augusto Comte, consideraba que la única verdad válida era la que se podría demostrar en un laboratorio; el Evolucionismo radical de Charles Darwin afirmaba que el hombre era un descendiente directo del mono; la sexualidad, desde la perspectiva del psiquiatra vienés Sigmund Freud, sostenía que las personas sólo se movían por impulsos sexuales, negando la libertad humana; el Amoralismo, corriente que considera que no existe la religión, ni un ser supremo, ni la moral.

Pero fuera de toda corriente de pensamiento e influencia, Chesterton aportó argumentos en sus escritos como en nutridos auditorios en los que solía discutir con destacados literatos como Bernard Shaw o H. G. Wells.

Sus conceptos, dentro de otros muchos aspectos, fueron la base para preservar a la familia y la educación de los hijos, así como para brindar criterios claros a la sociedad de su tiempo.

Este escritor inglés también sostenía que el matrimonio es un compromiso para toda la vida. Se trata de un pacto de amor que no se puede sostener con sentimentalismos o enamoramientos efímeros, sino que se debe de guiar por la razón para que permanezca.

Cuando un hombre y una mujer se casan lo hacen con la idea de estar juntos para siempre y libremente. La unión matrimonial es estupenda y cada día debe renacer ese amor entre los esposos. 

El papel de los cónyuges es insustituible en la formación de los hijos y deben de entregar su vida entera para atenderlos y velar por su crianza y el crecimiento en virtudes y valores. Ésta es su prioridad y nadie lo hará mejor que ellos.

Finalmente, también afirmaba que “si la humanidad no se hubiera organizado en familias, no habría podido organizarse en naciones”.

Considero que el pensamiento de Gilbert K. Chesterton sobre la familia, conserva plena actualidad y vigencia en nuestros días.

 


Por Raúl Espinoza Aguilera

 

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