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El uso desmedido y hasta afición a la tecnología y dispositivos móviles está alterando nuestras relaciones interpersonales. Comparto algunas recomendaciones para aprovechar cuando estamos juntos para motivar el diálogo, sin ‘pantallas’ y gadgets de por medio

El cadáver de Kimberly pendía de una litera de su recámara. Tenía 11 años y tras una discusión con sus padres, le retiraron un teléfono celular como castigo y ella se quitó la vida. Esta tragedia familiar ocurrió en la Ciudad de México en 2020. Un muy triste episodio que refleja los graves peligros de un fenómeno social de nuestra época: la tecnofilia.

La “tecnofilia” es la afición hacia la tecnología o dispositivos móviles.​ En este caso, las personas dependen en forma excesiva del uso de la tecnología, a tal punto de que no pueden separarse de ella.

Mucho se ha escrito y opinado acerca de esta tendencia actual que debilita la convivencia familiar y amenaza con causar daños físicos, emocionales y estructurales al entorno familiar y social postmoderno. Tal vez  mi aportación  al tema sea una más de las ya expuestas, pero he decidido opinar con la esperanza de aportar valor, cuando menos desde una óptica distinta.

Recuerdo la ocasión en que mi hermano trajo a nuestro hogar una calculadora electrónica, era de escritorio, del tamaño de un teléfono de disco y la empezamos a probar juntos, mis padres y yo. El impacto que me causó fue muy grande, acostumbrado a las sumadoras mecánicas de entonces, me parece que fue en 1967 y lo recuerdo como el inicio de una serie de maravillas tecnológicas que veríamos a diario en muchos hogares, hoy ya no sorprende ver familias enteras utilizando una variedad de productos, servicios y dispositivos electrónicos en todas partes y a toda hora, es la tecnología omnipresente del siglo 21, para bien o para mal. 

Son tan maravillosos sus beneficios (reducen esfuerzo, tiempo y fatigas), que hemos puesto en un pedestal a la tecnología y llevado su uso a extremos de “nuevo paradigma de eficiencia y bienestar”, ignorando o subestimando los peligros subyacentes para la familia actual. Por estas razones, conviene analizar sus causas y explorar sus posibles estrategias de combate.

Sociedades ‘hiperparlantes’

Alejandro Ortega Trillo, escritor  humanista, menciona que “cuando añadimos la tecnología a la necesidad de hablar y ser escuchados, nos convertimos en una sociedad hiperparlante (celulares, blogs, chats, apps, redes sociales, etc.), perdiendo gradualmente los beneficios del silencio, que consiste en saber apagar los estímulos sensoriales”. 

La película “Clic: Perdiendo el control”, comedia de ficción estrenada en 2006, nos muestra a un arquitecto que se esfuerza duramente por alcanzar el éxito profesional. Este personaje compra un control remoto universal, sin saber que tiene poderes mágicos. El mismo le permite controlar el mundo a su alrededor. Todo se complica cuando el dispositivo comienza a “fallar” y entonces manipula la vida de nuestro protagonista a su modo. Con lo cual le da una importante lección: se ha comprometido a darle a su familia las comodidades que él no pudo disfrutar, pero se brinca los valiosos momentos familiares.

Y precisamente hablando de control y comodidades, descubrí en una de las grandes cadenas comerciales la venta de una “cárcel para celulares”, un producto nada tecnológico que le permite al anfitrión solicitarle a sus invitados depositar en ella sus teléfonos móviles y tabletas hasta que se termine la reunión familiar, interesante artilugio.

Grados de tecnofilia

Las principales causas de esta amenazadora adicción son: marketing desenfrenado por los gigantes tecnológicos (Google, Amazon, WhatsApp, Samsung, Apple, etc.), y gusto por lo nuevo y avanzado entre los usuarios. El contubernio entre dispositivos, aplicaciones y redes sociales incrementa el potencial de esta adicción, que si bien, facilita tareas y comunicación en las familias, también las separa.

Podemos pensar en tres niveles de adicción:

Nivel 1. Existe conciencia de los riesgos por abusos y se promueve un uso moderado de tecnología en el hogar y la vida familiar no presenta situaciones de riesgo.

Nivel 2. Existe conciencia pero se prefiere un uso frecuente y en ocasiones se desatienden responsabilidades  y aparecen discordias y discusiones en el seno familiar. 

Nivel 3. La vida familiar se caracteriza por una excesiva dependencia al grado de no poder apartarse de esta adicción. Se presentan discordias, conflictos frecuentes y en casos extremos:  violencia intrafamiliar e incluso suicidios. 

¿Cómo combatir la tecnología?

La tecnología no es buena ni mala, puesto que es una herramienta (no tiene moral), lo importante es saber administrar su uso, de forma moderada y monitoreando siempre los cambios de comportamiento en la vida familiar del día a día. Por cierto, este artículo lo escribí sin una computadora  ni tableta, sino 100 por ciento en un móvil. 

Atrás quedaron los días en que me sentaba enfrente de una máquina de escribir Olivetti color rojo, que tanto me gustaba. Hoy el Samsung Galaxy A10 es mi maravillosa “máquina  de escribir de bolsillo”, puede guardar, editar, imprimir y compartir mis escritos en cuestión de minutos.

Te comparto algunas recomendaciones para el uso moderado y óptimo de la tecnología:

  1. Concientizar a todos los miembros de los riesgos.
  2. Aprovechar cualquier reunión para motivar el diálogo, las anécdotas y aquellas   conversaciones y  tareas libres de interferencia tecnológica.
  3. En caso extremos (nivel 3), los padres deben establecer reglas para el uso limitado de celulares, tabletas, videojuegos, etc.

Por Osvaldo Reyes Méndez

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