Cada día, el mundo avanza y está cambiando constantemente. La tecnología, las empresas, el cerebro humano, las especies, los estilos de vida, etc… con el objetivo de mejorar, traducido en lograr metas y ser más exitosos.
Sin embargo, no nos detenemos a pensar que también el ritmo y la vida acelerada provocan que muchas otras cosas avancen pero por el mal camino. Es decir, aunque sea un ejemplo muy trillado, el tiempo que pasamos frente al celular es excesivo, dejando a un lado las cosas más importantes como la familia, la pareja, los amigos, los hijos, el disfrutar de los paisajes que nos rodean, tener tiempo de calidad, poner más atención al manejar, entre otros.
Ir al banco, estar en la sala de espera del doctor, ir a la universidad o al supermercado y ver las cabezas boca abajo con la mirada fija en el celular, me provoca un sentimiento de tristeza. Ver que cada vez somos más distantes unos con otros, más individualistas, y cada vez nos preocupamos menos por los demás, es algo que nos debe de intranquilizar.
Pero no me voy a enfocar en el hecho de estar frente al celular, pues al final, cada quien administra libremente su tiempo como “mejor” le parezca. Lo que sí quiero destacar es la falta de respeto tan grande que este aparato provoca. Es inaceptable que en una conversación en persona, uno de los involucrados esté usando el celular y al mismo tiempo “escuchando” al otro, pues es de muy mal gusto experimentar esta situación, ya que el tiempo de cada uno es muy valioso.
Una cosa a la vez, si tienes algún asunto importante en el celular, termina primero o haz una pausa y ten tu mente y tu corazón 100 por ciento dedicados a la persona que tienes enfrente.
Hay que dejar esos distractores para entregarle nuestro tiempo al otro, saber escuchar y aconsejar, pues es necesario valorar también el tiempo del otro. No se puede exigir algo que no se da.
Por ello quisiera resaltar el valor del respeto, que significa “reconocer el derecho ajeno, es la consideración y la atención hacia otras personas”. El hecho de ser respetuoso se traduce en entender, aceptar y tolerar las diferentes maneras de pensar de los demás, así como en cuidar lo que tenemos a nuestro alrededor, como seres civilizados.
Es urgente actuar ante situaciones que ofenden, que discriminan y que critican sin argumentos válidos. La falta de sensibilización, de intolerancia y de empatía nos ha llevado a vivir hechos alrededor del mundo que antes eran impensables.
Nos toca a todos
Padres de familia, maestros y autoridad en general: se requiere que se apliquen distintas maneras de educar, de enseñar a querer, a ser mejores seres humanos, que enseñan a que se ablanden los corazones y ser más sensibles para actuar desde el amor y la paz.
No es posible que, en la actualidad, los papás les tengan miedo a los hijos o que los maestros ya no eduquen como antes por temor a los padres. El papel de cada uno es distinto y la base es la educación, por lo tanto, es una gran responsabilidad el formar ciudadanos honestos, respetuosos y éticos, pues son las futuras generaciones que estarán manejando este mundo.
Para contrarrestar este tipo de conflictos y situaciones egoístas que estamos realizando o viviendo, es necesario hacer círculos de amor.
A donde quiera que vayas, envuelve a los que te rodean en un círculo positivo, en un círculo de amor. Sonríe, deja el celular, pregunta cómo se encuentran los presentes, apoya en lo que puedas, comparte libros y experiencias motivacionales, regala un tiempo de calidad.
Haz favores, no con el objetivo que siempre hemos escuchado de “ayúdalo por que nunca sabes cuando se te ofrezca a ti”, NO, no seamos interesados y hagamos favores sin esperar nada a cambio.
Te invito a que entregues alegría, apoyo, sonrisas, sé una herramienta positiva para alguien más, solo por el hecho de experimentar la hermosa satisfacción que esto brinda. Esto no tiene precio y no se puede explicar hasta que se viva.
En concreto, los niños deben de aprender a dar amor a todo, a la vida, a sus padres, a sus hermanos, a sus abuelos, a sus amigos, a otros niños, a las plantas, a los animales, a la naturaleza en general, que se refleje amor puro en cada sonrisa, en cada acción, y de aquí se desprenden todos los demás valores como honestidad, empatía, generosidad y compañerismo.
La sonrisa es la cereza del pastel, es un lenguaje universal que puede curar cualquier momento negativo, que alegra un día triste, convierte un instante en felicidad, algo que no nos cuesta nada y que da mucho, algo que contagia en automático.
Hablando del ejemplo, éste juega el papel más importante, ya que en niños y adultos el ejemplo arrastra, de forma positiva o negativa. Razón por la que debemos trabajar todos los días para que los ejemplos buenos se repliquen en el entorno, logrando círculos de ejemplos que trascienden.
Prediquemos el amor con el ejemplo, en la escuela, en los centros comerciales, con las personas que nos ayudan en la gasolinera, en el parque, con la autoridad vial, en el trabajo siendo buenos compañeros y sobre todo en la casa, que es en donde se genera la educación básica de amor.
El círculo de amor es dar y recibir, enseñar que lo que se da es lo que se va a recibir, lo que se siembra es lo que se va a cosechar.
Por Ana Lucía Treviño Villarreal