Además del desarrollo cerebral y académico de los pequeños, durante sus primeros años de vida es fundamental su salud mental y emocional, sobre todo si ahora los papás también se han convertido en sus maestros
Tu hija nunca volverá a tener 3 años. Los primeros años –o primera infancia– es oro invaluable y no solo hablando a nivel cerebral pues, de acuerdo con la neurociencia, en los primeros cinco años de vida es cuando se desarrolla el 90 por ciento del cerebro. En los primeros tres años este órgano está en su máximo nivel de neuroplasticidad, lo cual permite que se formen conexiones y aprender de una forma sorprendentemente exponencial, capaz de adaptarse a los cambios a través de estas nuevas vías neuronales. Además de todo lo que sucede a nivel cognitivo esto impacta directamente a otras áreas como el lenguaje, la comunicación, el área física, sensorial, afectiva y social.
El “tiempo” en la era de la pandemia es un concepto extraño y atípico. Para la sociedad en sí ha implicado un CAMBIO en diferentes escenarios, rutinas, hábitos, costumbres tanto personales como sociales.
En algunas familias ha venido a acelerar ciertos aspectos de su dinámica pues ha representado un estrés y desgaste económico, laboral, escolar y emocional. Sin embargo, en otros contextos desaceleró en muchos sentidos las presiones de la vida cotidiana, la costumbre de levantarse temprano, ir corriendo al trabajo, a la escuela, los hijos desayunando en el carro etc.
Desde hace tiempo percibo un aumento sutil pero latente en la velocidad con la que transcurren nuestras vidas, a pesar de que quienes vivimos en ciudades grandes y globalizadas ya estamos acostumbrados.
A nivel preescolar observo niños ansiosos, desanimados o sobre-estimulados (incluso antes del brote de la pandemia). Este mindset y ley implícita de producir sin descanso y de correr 24/7 a todas partes, me parece que ha llegado hasta los salones de nuestros ciudadanos más pequeños. Carl Honoré, autor del libro “Elogio a la lentitud”, irónicamente habla sobre la prisa como un virus mundial y expresa que vivir deprisa no es vivir, es sobrevivir”.
¿Cuándo fue que abrimos la puerta a este ritmo acelerado a los niños en edad preescolar? Será que aprendimos a normalizarlo en nuestras vidas como adultos y comenzamos a transmitirlo a nuestros hijos sin darnos cuenta? ¿Acaso somos víctimas de la competencia entre padres, de los medios de comunicación, de las circunstancias o es un plan de vida y una decisión?
Hablando desde un contexto a nivel ciudad, he sido testigo de estos grandes cambios que han modificado el ritmo de vida de trabajos y escuelas, y en específico de lo que pasa en el ámbito educativo y familiar.
Cambio y enseñanza
A lo largo de este “tiempo”, he reflexionado y aprendido las siguientes tres cosas:
- Los padres de familia, mamá y papá, son las personas más importantes en la vida de su hijo. Su presencia e influencia es fundamental y, hoy más que nunca, en esta primera etapa de la vida, la seguridad emocional de niños y niñas se ha visto comprometida de muchas maneras.
- La estabilidad emocional como madre o padre de familia crea el ambiente de casa. Y esto pesa más que antes pues la casa pasó de ser del entorno principal al único en el que está contenido y sucede la vida familiar. Dejando a la escuela como un ámbito secundario fuera de la jugada.
Los padres de familia ahora están en primera fila siendo testigos de la educación inicial de sus pequeños, ya que con las escuelas cerradas y la adaptación del currículum escolar a modo online, las mamás o papás, han podido presenciar de primera instancia la manera en la que se vive el aprendizaje en el aula. Pero de una forma poco convencional para grados preescolares.
Sea positiva o negativa la experiencia que les esté tocando vivir en casa, estoy segura que ha representado un cambio en la dinámica familiar, en la relación de pareja, padres-hijos, entre hermanos etc. y probablemente en la manera en que ejercen su paternidad a la hora de educar y disciplinar.
- “El cambio es la única constante” (Heráclito). Hoy nos toca vivir en la era post-industrial, en la que la tecnología y la información está al alcance de las manos de cualquiera; en la que puedes conectar tu celular a otros 30 dispositivos más y hacer que Alexa te dé un reporte del clima, las noticias y el trending topic más reciente. El cambio es parte de nuestra historia como raza humana, creo que es de las pocas cosas que podemos estar seguros en la vida. Incluso en este mar de incertidumbre en el que ya no sabemos si es seguro salir o no, si podremos abrazar a la abuela, si es martes o es viernes, si nos pondremos hoy o no pantalones para ir a trabajar en nuestras computadoras etc.
Ante la incertidumbre siempre encuentro confort y seguridad en la introspección, esa arma bajo el brazo que todos tenemos y que pocos utilizan por miedo a encontrar mucha realidad, inseguridades fantasmas etc.; las cuales preferimos ignorar en estos momentos, pero que sin duda han venido a moverle el piso a más de uno en esta época de encierro. Y aunque poco a poco el mundo empieza a reactivarse aún quedan los efectos secundarios de esta crisis sanitaria.
A través de estas palabras me gustaría invitar a los padres de familia a cuestionarse (sin autodestruirse o juzgarse) y a echar una mirada hacia dentro y preguntarnos… ¿ Qué puedo decir de la influencia que represento para mis hijos? ¿Me gusta el ejemplo que transmito? ¿Mi hijo sabe que puede encontrar en mí amor y seguridad? ¿Acaso estoy en una guerra constante con mi hijo y tiendo a regañar y fruncir mi ceño ante el más mínimo detalle? Todos tenemos días buenos y malos, asegurémonos de no caer atrapados en un mal día interminable.
Percibo a papás preocupados por el retraso académico que suponen tendrán sus pequeños. El factor académico en la educación es importante, sin duda. Pero en los primeros años, no es lo más importante. La prioridad debería ser la salud mental y emocional y la preservación de la infancia; un cerebro estresado es incapaz de aprender.
Tener un balance es fundamental y aunque Covid-19 ha venido a cambiar los papeles, de papás a maestros, no debemos olvidar que en casa su rol principal es el de ser PADRES y luego “profesores”.
Lo que sea que estén haciendo en casa, la forma en que estén enfrentando este reto, siguiendo el programa académico de las respectivas escuelas, cumpliendo con las exigencias escolares y demás; es justo y necesario hacer una pausa y darse un aplauso pues están haciendo lo mejor que pueden, malabareando labores domésticas, responsabilidades laborales y escolares NO es tarea fácil.
Cualquiera que sea el caso, recuerda tomarte un momento para respirar y ver a tu hijo verdaderamente… con todas sus peculiaridades, sus fortalezas, debilidades y ocurrencias, pues tal vez no recuerde cuando estaba en preescolar y aprendió a leer y a escribir, pero estoy segura que recordará tus miradas, tus palabras, tu paciencia y tu cariño (o la falta de).
Cada día es una oportunidad de aprendizaje y este tiempo que es la infancia NO vuelve, tu hijo nunca volverá a tener 3, 4 o 7 años…
¿Qué te gustaría que aprendieran o recordarán de este tiempo tan loco y complicado de pandemia, escuela en casa y crisis mundial económica?
Como decía Henry David Thoreau, el pensador norteamericano quien vivió en Walden Pond durante dos años tratando de descubrir el verdadero sentido de la vida: “Simplify, simplify, simplify”.