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Vivimos en una era en la que es más fácil buscar todo en Google y utilizamos el celular, antes que la reflexión y el conocimiento. Niños, jóvenes y adultos tenemos el reto de recuperar las ganas de observar y analizar la información

Hay que enseñar a los niños y jóvenes a pensar, a desentrañar los problemas para darles soluciones. El profesor Aswath Damodaran, de la Universidad de Nueva York, nombrado varias veces “Profesor del Año” dice que enseñar “es en un 95 por ciento preparación y en un 5 por ciento inspiración”. Se puede enseñar el mismo tema durante 50 años, pero nunca será el mismo tema porque se mantiene en cambio constante, además las clases cambian y evolucionan, los participantes son diferentes. Así, cada vez que se enseña hay una experiencia distinta.

Hoy, la persona en vez de razonar, acude al buscador, teclea la pregunta y encuentra la respuesta. Eso impide que la persona piense por sí misma. Si acudes al buscador, “no es tu respuesta”, es la del buscador. Pensar requiere un proceso mental y ese es el reto de los padres de familia y de los maestros.

En el tiempo del Renacimiento en Florencia, Italia, Filippo Brunelleschi hizo la mayor cúpula independiente de la historia, sin saber arquitectura ni construcción, pero aprendiendo por sí mismo lo suficiente de lo que estaba a su alcance, y lo logró.

Luis Olivera, escritor y periodista, afirma que “el entrenamiento es una exclusiva de la inteligencia humana”. Hay que enriquecer el lenguaje, hay que fomentar el diálogo, el ejercicio mental de razonar, de defender una causa, de tener argumentos para las propias decisiones, y no hacer sólo lo que hacen los demás, como los borregos. Aprender a pensar es descubrir todo el inmenso poder que tiene la moda en el mundo y saber salir de la jaula mental en que puede encerrarnos. El pensador libre, es decir, el pensador, no debe sacrificar su libertad de pensar en el altar de la moda. Entrenamiento y cultivo, dado que “la tierra que no es labrada, llevará abrojos y espinas, aunque sea fértil. Así sucede con el entendimiento del hombre” (Sta. Teresa de Jesús).

«Equivocarse es humano», descubrieron los antiguos. El error es el precio que tiene que pagar el animal racional. Seremos más inteligentes y más libres cuando conozcamos mejor la realidad, sepamos evaluar mejor y seamos capaces de abrir más caminos. Sería un error pensar, observa Leonardo Polo, que el hombre inventó la flecha porque tenía necesidad de comer pájaros. También el gato tiene esa necesidad y, no ideó nada. El hombre inventó la flecha porque su inteligencia descubre la oportunidad que le ofrece la rama.

Más que enseñar a pensar, la función de los padres y profesores ha de consistir en motivar a los adolescentes para que quieran pensar, por cuenta propia. Con actitudes positivas, las niñas y niños se comen el mundo; con actitudes negativas, el pensar aparece como algo cansino; el actuar, como mediocre.

Luego, hay que enseñar a tomar decisiones: la inteligencia es la capacidad de resolver problemas vitales. No es muy inteligente quien no sea capaz de decidir. Si convenimos que educar es, esencialmente, crecer en libertad y en responsabilidad, aprender a decidir bien resulta uno de los aspectos claves de esa tarea: cuanta más capacidad de decisión, más libertad.

Luis Olivera  sugiere “recuperar de los niños y fomentarla, la sana estrategia de preguntar continuamente. Las tres preguntas fundamentales son: ¿Qué es? ¿Por qué es así? y ¿usted, cómo lo sabe? Aristóteles definía la ciencia como “el conocimiento cierto por las causas”. Pues, habituarse a formular porqués. Hay que aprender a disfrutar aprendiendo: formular preguntas que ayuden a ser más reflexivos, a interrogarse sobre el pensamiento: ¿Por qué piensa el hombre? ¿Has pensado por qué recuerda cosas? ¿Pensamos mientras dormimos? ¿Qué es lo que más te hace pensar? ¿Puedes pensar en dos cosas distintas a la vez? En efecto, el ser humano progresa planteándose nuevos problemas y buscando solucionarlos.

La inteligencia debe de ser eficazmente lingüística porque gracias al lenguaje, no sólo nos comunicamos con los demás, sino con nosotros mismos. La inteligencia no se parece a una colección de fotografías, sino a un río. Río e inteligencia “discurren”. Nuestra lengua natural es un río donde confluyen miles de afluentes. «La pluma y la palabra son las armas del pensador» (J.A. Jauregui): aprender a pensar es aprender a tocar dos instrumentos del pensamiento: la pluma y la palabra.

Finalmente hay que fomentar la lectura y controlar el uso de la televisión. Los libros tienen que ser obras que alimenten la inteligencia sin dejar seco el corazón. O sea, que deben iluminar la mente y no sumirla en las nieblas de la duda o el error.

Martha Morales
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