La vida no es un camino de rosas, hay ocasiones en las que se presentan obstáculos que nos ponen a prueba y, por ende, a la propia familia.
Pero por muy difícil que sea concebirlo, “saber estar” es la clave de todo. Cuando no logramos encontrar nuestro lugar en el tiempo y en el mundo, cuando una persona no sabe quién es ni qué hace, la vida es una continua agitación que impide echar raíces.
La vida de cada persona es una historia que contar: la historia de la realización de la propia plenitud. Así se va configurando un estilo de vida que permite actuar cada vez más con más acierto; un estilo que se va perfilando con la incorporación de las virtudes. Las virtudes constituyen una especial de segunda naturaleza, adquirida con esfuerzo, propia de la persona que tiene autonomía en su vida y que permite vencer con más facilidad las dificultades y obstáculos que la vida presenta.
La capacidad de amar es distinta en cada persona y esa capacidad nos ayuda a ser pacientes. La paciencia es la actitud virtuosa ante una dificultad inevitable, grande o pequeña. Sólo la paciencia incorpora con naturalidad los imprevistos de la vida porque no busca el triunfo inmediato.
La paciencia permite vivir en el tiempo sin maltratarlo, ni perderlo, ni romperlo. La paciencia nos enseña a saber esperar y es una de las mayores conquistas humanas. La paciencia nos enseña a vivir entre cosas inacabadas y saber aguantar la demora de su culminación. Perder la paciencia quiere decir que no sabemos vivir con el tiempo de los demás ni con el nuestro.
La solidaridad entre las personas es una necesidad natural: la experiencia nos dice que nadie es capaz de valerse por sí mismo. Necesitamos de los demás, pero sólo deberíamos depender de quien es capaz de respetar y amar nuestra libertad y fomentar nuestra personalidad. Esta es la única dependencia segura.
Una de las cosas que más alegría da es tener amigos, —no cómplices— buenos amigos. Nuestros amigos reflejan nuestro perfil interior. Dice un autor del Siglo de Oro, Baltasar Gracián: «Cada uno muestra lo que es en los amigos que tiene».
Amar y ser amado
La fuerza que actúa en las personas, es el ansia de amar y ser amados. Una de las aportaciones del filósofo Gustave Thibon para un mejor conocimiento de la afectividad, consiste en su concepto del amor como “totalidad organizada”. El propio Thibon pone un ejemplo muy gráfico. Pensemos en el vino, dice este autor; está compuesto por cuatro elementos: agua, alcohol, tanino y colorante. Si tomamos un poco de cada una de estas sustancias y las mezclamos en un recipiente, ¿qué obtendremos? ¿Vino?, no; lo que obtendremos será una extraña mixtura bastante desagradable. Para obtener vino nos falta algo más. Falta el «principio ordenador». Thibon, traslada este ejemplo al campo de la afectividad, y distingue las «síntesis afectivas» de las «mezclas afectivas». Se entiende que no basta con mezclar la atracción, la imaginación, el «yo», y la amistad, para que resulte un amor sublime y eterno. Cada uno de estos elementos deberá entrar en composición con los demás en una determinada medida y proporción. Y entonces es cuando el «ansia de amar y ser amado» estructura el amor como una verdadera «síntesis afectiva» capaz de perdurar en el tiempo y hacer que la pareja esté cada vez más unida.
Ahora bien, certeza absoluta que haya un sentimiento profundo y estable, un amor perdurable no se puede tener en nada humano. En todo caso se puede hablar de una suficiente garantía, o de una gran probabilidad. En este sentido, pensadores de todos los tiempos coinciden en afirmar que dos personas tienen mayor probabilidad de llegar a quererse cuanto mayor sea su grado de afinidad. Filosóficamente esta verdad se enuncia diciendo que «lo semejante ama lo semejante», «la semejanza es causa del amor; la desemejanza, causa de odio».
Hay personas que chocan y se quieren poco, porque sólo son semejantes en los «defectos». Y los defectos no unen, sino que separan. Cuando se dice que «la semejanza es causa del amor» hay que referir a las «cualidades». Dos personas que poseen cualidades semejantes, es más fácil que lleguen a amarse de verdad.
La clave para ser feliz la expresa admirablemente Rabindranath Tagore: “Soñé y pensé que la vida era alegría. Desperté y descubrí que la vida era servicio. Serví y vi que en el servicio estaba la alegría”.
Ser pacientes
Además de ser una virtud que al ser inculcada en los hijos hará que éstos puedan aprender a valorar el transcurso natural del tiempo y a respetar al prójimo, la paciencia es fundamental para que las personas se marquen y propongan objetivos y metas. Y es una forma en la que los hijos logran enfrentar situaciones y obstáculos.
La paciencia es un aliado más para eliminar el impacto que tiene sobre nosotros el gran enemigo de la actualidad: el estrés. Ser paciente ayuda a chicos y grandes a eliminar tensiones y malestares o incomodidades que llegan cuando hay una complejidad frente a nosotros mismos.
A su vez, la paciencia puede ayudar a que se forjen otras virtudes, tales como la solidaridad, el respeto, la templanza, la empatía y la perseverancia.
Por Rebeca Reynaud