No podemos olvidar cuál es nuestro objetivo como padres y, teniéndolo en mente, debemos de establecer una estrategia educativa que de verdad prepare a los hijos, no solo para la vida adulta, sino para que sean capaces de construirse un buen destino.
Desde luego, movidos por el inmenso amor que le tenemos a los hijos, deseamos que no les pase nada malo desde el primer día en que sabemos que vienen en camino a formar parte de nuestra familia. Así que, cuando llegan, permanentemente estamos vigilantes, procurando su bienestar: cuidamos que tengan una alimentación sana, evitando que pasen frío y, ya que empiezan a moverse de manera más independiente, velamos para que no hagan cosas que los puedan poner en peligro. En algún momento de estos primeros años para algunos padres el amor y preocupación constante se vuelven sobreprotección e inicia un estilo educativo que “hace de más” por este hijo.
Para aclarar a lo que me refiero con “hacer de más”, te haría la siguiente pregunta: ¿Qué estás haciendo el día de hoy por tu hijo, que es capaz de hacer por sí mismo?
Esto incluye su capacidad de decidir qué ponerse (incluso si lo que elige no te gusta mucho) y vestirse por él mismo, resolver algún tema escolar (investigación, realización o aclaración sobre una tarea, por ejemplo), intervenir en las etapas iniciales de una situación de bullying, etc.
No debemos olvidar que nuestro objetivo como padres es el de preparar a los hijos para que se conviertan en adultos íntegros y capaces de construirse una buena vida. La estrategia educativa debe dirigirse al futuro, no solamente a resolver el presente. Por eso no solamente debemos de cuidar su salud física, emocional y mental. Debemos además proporcionarles la mayor cantidad de herramientas (valores, aptitudes, etc.) que les ayuden a manejarse de la mejor manera en el mundo.
Cada vez que por cariño, por miedo o incluso por comodidad hiciste algo que él podía encargarse de hacer, estás evitando que ocurra un aprendizaje valioso.
Como seguramente ya sabes, el ser humano aprende en mayor cantidad cuando se enfrenta a desafíos o dificultades. Por supuesto que hay enseñanzas en las situaciones fáciles y agradables, pero donde aumenta de forma considerable la sabiduría personal, es cuando las cosas se complican; cuando, tristemente, la pasamos mal. De ahí las famosas palabras de Confucio: “A los hijos hay que educarlos con un poco de hambre y un poco de frío”. Resolverles todo, darles todo, los acaba incapacitando.
Que ellos asuman la responsabilidad de sus tareas y resuelvan por sí mismos sus dificultades, los ayuda a sentirse capaces, fuertes, seguros y confiados. Es evidente el consecuente impacto positivo que esto tiene en el concepto que tienen de sí mismos y su autoestima. Además, este tipo de estrategia educativa promueve la autonomía e independencia que terminará de concretarse al llegar a la vida adulta, objetivo tan esperado y deseado por los padres de hijos mayores de edad.
Desde luego, esto no quiere decir que lo dejes a su suerte. Tu actitud siempre cariñosa y vigilante lo acompaña, le sugiere, le guía a la hora en que tu hijo encuentre dificultades. Pero él hace lo que debe hacerse; no tú.
Por el contrario, cuando el problema sea mayor a lo que las capacidades de tu hijo puedan o deban manejar, SIEMPRE debes intervenir. Parte de que tu hijo pueda adquirir la seguridad y confianza en sí mismo necesarias para sostenerse sobre sus propias piernas, es la certeza de saber que, cuando el agua llega al cuello, están sus papás para ayudarlo.
Proceso de crianza
Entonces los distintos “niveles” de cuidado y ayuda a partir de la primera infancia de tu hijo podrían quedar de la siguiente manera, siempre flexibilizando los criterios dependiendo de la etapa de desarrollo en la que se encuentre:
- Dejar que él realice la tarea específica por sí mismo (ordenar su habitación, abrir la tapa de algo, su tarea, hacer la cita con el dentista…). Entre más pequeño sea el niño, más cercana debe ser tu supervisión pero con la más mínima intervención posible.
- Si después de varios intentos tu hijo no logra hacer la actividad, tu papel es el de orientadora o guía: le explicas los pasos posibles a hacer para completar la tarea pero él es quien los realiza (le “enseñas a pescar”, no “le das el pescado). Al enfrentarse a un desafío es útil iniciar la conversación con la pregunta: “¿Cómo crees que lo debes manejar? ¿Qué se te ocurre que debes hacer?
- Cuando el problema es grave (en casos de escalamiento de bullying, por ejemplo), tú estás a cargo. Asegurándole que hasta ese momento él hizo todo lo que podía hacer por su edad o posición en esa situación en particular (es decir, dándole tu voto de confianza), le explicas las razones por la que intervendrás y lo que vas a hacer.
En todo este proceso es necesario validar los sentimientos de frustración, ansiedad, enojo, miedo, etc., de tu hijo al enfrentarse al desafío. Es necesario que sepa que es normal sentir este tipo de emociones al enfrentarse a situaciones complicadas, pero también necesita saber que muchas veces debemos resolver las situaciones A PESAR de lo que estemos sintiendo. Por supuesto, requerirá también de herramientas para manejar y desahogar estas emociones de manera sana.
Por otro lado, también es necesario ayudarle a identificar los sentimientos de orgullo, capacidad, felicidad, satisfacción, etc., una vez que ha superado el reto. La lección a aprender es la de tomar decisiones que lo lleven a sentirse fuerte, capaz… feliz, con ganas de compartirle a sus padres (y al mundo) la tarea alcanzada.
Otros que acompañarán al hijo en estos sentimientos de satisfacción, orgullo y alegría profunda, serán sus padres, al ser testigo del crecimiento personal de su pequeño quien, al llegar a la vida adulta, podrá ser un íntegro y fuerte arquitecto de su propio destino.