Admiro a esas mamás que están dispuestas a convertir las frustraciones en desafíos, esas que se trasladan de la preocupación a la acción, las que analizan las situaciones objetivamente, reconocen sus fortalezas y debilidades, esas que confían en que siempre habrá a quién acudir para pedir consejo ante la incertidumbre o preocupaciones que invaden el sueño.
Festejo con esas que saben que el dolor disminuye su intensidad y aporta fortalezas cuando se acepta, asume y se comparte.
Admiro a esas mujeres que “tiene los pies bien puestos sobre la tierra”, esas que aceptan lo que no es posible cambiar, por lo que se conectan con el presente, dejan de lamentarse por el pasado y se enfoca en visualizar o proyectar lo que desean lograr en el futuro.
Admiro aquellas que intentan ser una mejor versión de sí mismas a pesar de sus arraigados hábitos, esas que desarrollan constantemente su capacidad creativa y de flexibilidad para generar recursos o adaptar estrategias con el fin de poner orden en el caos, lograr su propia armonía y de los demás.
Admiro y aprendo de esas que se aman a sí mismas, las que valoran su dignidad y no en los ojos de los demás.
Aplaudo junto con esas que se inspiran de cien maneras, por los esfuerzos que realizan para mantenerse a flote o nadando contra corriente. Mis respetos para las que mantienen el sentido del humor cuando las cosas se ponen difíciles y hasta perciben las adversidades como situaciones pasajeras o que ponen a prueba su valentía para hacerles frente.
Agradezco a las que son madres solidarias, esas que “hacen un frente común” y que empatizan de alma, corazón y mente con otras que enfrentan las mismas situaciones adversas y no bajan la guardia en esforzarse por participar activamente en la formación de una cultura de respeto a la diversidad.
Y qué decir de aquellas que a pesar de profesar un amor incondicional por sus hijos, hacen malabares para mantener el balance entre el sostener y soltar, los apegos, desapegos y mantenerse detrás de esa línea que define la sobreprotección.
La madre resiliente desarrolla fortalezas, se tatúa en su ser la determinación para brincar, empujar, atravesar, ignorar o lo que convenga para avanzar frente a los obstáculos y además transforma las experiencias amargas en nuevos aprendizajes.
La mamá resiliente mantiene su sentido del humor, es optimista, lo que no es igual a negar o ignorar las dificultades, sino que es la actitud con la que se les hace frente para mantener el objetivo de que las aspiraciones de cada uno de los miembros de la familia se pueden llegar a realizar a pesar de las circunstancias adversas que se presentan.