Aunque es importante tener puntos en común con nuestra pareja, curiosamente son nuestras diferencias lo que enriquecerá la relación, teniendo el potencial de fortalecerla y acercarla estrechamente
Hace algunos días recibí una consulta para mi podcast “Pregúntale a Mónica” que me hizo sonreír porque todos los casados hemos estado en una situación, si no idéntica, por lo menos similar.
Mar (no es su verdadero nombre) me explicaba cómo le gustaba comprarle a su hijo algo de comer que su esposo consideraba poco nutritivo y hasta dañino para la salud. Según me cuenta, ella le compra una pizza o una dona o algo de ese tipo, una vez al mes, pero que a pesar de que su pediatra le ha dicho que su hijo está sano y en un peso adecuado, el esposo de Mar asegura que lo hará obeso y con diabetes cuando sea mayor por llevar ese tipo de alimentación.
En esta ocasión no quiero hablar de los fundamentos de Mar o su marido sobre la adecuada nutrición de su hijo, sino de la realidad de que en toda relación de pareja hay importantes diferencias de estilo, perspectiva o principio.
En mi opinión estas discrepancias no son algo malo, como solemos creer, especialmente al momento de una discusión. De hecho, ocurren en cualquier tipo de relación, no sólo entre las parejas. Los hermanos, amigas, familiares, compañeros de trabajo, etc., pueden tener algún altercado porque no ven las cosas de la misma manera y les cuesta ponerse de acuerdo para reencontrar la paz. Cada vez que dos individuos se relacionan, hay una probabilidad de que tengan formas de pensar diferentes.
Desde luego, cuando ocurre el argumento no verás las diferencias como ventajosas. Es algo esperado, pero espero que por lo menos en ese momento tu pareja y tú sepan guardar la compostura y discutan con altura de miras, para que la relación se mantenga protegida de los daños permanentes que pueden ocurrir cuando se pierde el respeto.
Sin embargo, y con la esperanza de que en la siguiente discusión lo tengas presente, quiero invitarte a reflexionar sobre la utilidad que tiene que tú y tu cónyuge NO opinen de la misma manera, incluso en temas importantes.
Lo primero que creo que podemos acordar es que pensar siempre igual a la persona con la que convives, ¡es aburridísimo! Las conversaciones se vuelven predecibles, monótonas y después de un muy corto periodo de tiempo preferiremos estar en silencio porque no hay nada “nuevo” qué decirnos, creciendo en desconexión y desapego.
Al tener que fundamentar tus puntos de vista para lograr tu objetivo (convencer a tu esposo de algo, por ejemplo), tienes que escuchar las opiniones de otros, analizándolas y considerándolas, desarrollando un pensamiento crítico que estimula al cerebro, ejercitándolo para tenerlo alerta y “listo para la acción”, lo que siempre es neurológicamente saludable,
Con el intercambio y deliberación de ideas diferentes, te permites ampliar tu criterio, haciéndote más flexible para los imprevistos y cambios de la vida.
Como sucede en una sana relación de pareja, hay ocasiones en las que tú y tu cónyuge no se podrán poner de acuerdo y para que puedan avanzar en el tema, alguno de ustedes tendrá que conceder en favor del otro. Para ambos será una magnífica oportunidad para ser generosa(o) y acceder a lo que la pareja quiere. Estos actos de nobleza son los que verdaderamente fortalecen y hacen grande a un matrimonio.
La magnanimidad al conceder ocurre cuando ambos creen tener la razón en un punto en particular y uno de ustedes acepta hacer lo que el otro propone. Pero cuando en medio de una discusión te das cuenta de que tú eres quien está equivocada(o), la humildad y sabiduría al aceptar tu error es un buen ejercicio contra la natural vanidad y egoísmo característicos de todo individuo, promoviendo tu crecimiento personal.
¿Pero cuando tú eres quien tiene la razón y, mejor aún, tu pareja acepta que la tienes? Todos conocemos el sabor de la victoria. Nos alegra, nos empodera y también puede acercarnos a nuestro cónyuge, beneficiando la relación, siempre y cuando este triunfo no sea usado como un arma contra tu esposa(o) en discusiones futuras… Aquí también la humildad y sabiduría son ingredientes clave para una sana, cercana y cariñosa relación.
Cuanto tú y tu pareja no tienen la misma opinión, con el paso de los años ambos van aprendiendo herramientas de argumentación y negociación que pueden aplicarse también en tu vida profesional, por ejemplo, junto con otras habilidades como la escucha activa y la gradualmente mejor comunicación que estarán logrando a base de que, intencionalmente, estén dirigidos a tener mejores conversaciones, deteniéndose cuando uno o ambos se empiezan a alterar y teniendo la mirada en el claro objetivo que cada uno quiere alcanzar y no en “ganar” la pelea.
Es evidente que todo esto lo irán absorbiendo los hijos, en base a el ejemplo de sus padres, lo que les servirá en su vida adulta en todas sus relaciones, no sólo en las de pareja.
Un buen manejo de una discusión con puntos de vista que se contraponen, es algo muy satisfactorio para la pareja, creciendo y fortaleciendo, no sólo su relación, sino también como personas, contribuyendo a tener una vida más feliz.
¿No es increíble todo lo bueno que trae consigo el que tu cónyuge y tú piensen diferente?
Por Mónica Bulnes P.