La fidelidad en el matrimonio representa el compromiso con la pareja. Es empezar un proyecto que requiere entrega y esfuerzo, casi como cuando se emprende una empresa o se da vida a un sueño
En términos del matrimonio y la familia, la virtud de la fidelidad es la perseverancia en la palabra dada. Se trata de un compromiso para toda la vida.
La fidelidad en los casados se forja en lo que parece pequeño y en lo grande para enfrentar y solucionar las situaciones difíciles. Caso similar es como cuando se inicia una empresa, o cuando un joven recién egresado de la universidad en una profesión determinada, se enfrentan a situaciones difíciles, problemas, contradicciones. Son, podríamos decir, “la sal de la vida”.
Las contradicciones refuerzan el carácter, se vive un intenso proceso de aprendizaje, se adquiere experiencia. Y al final, se tiene la alegría de haber podido resolver esa situación concreta.
Lo fácil es comenzar, pero lo difícil es ser constante día tras día con la paciencia de un artista o artesano que está concluyendo poco a poco su obra de arte. Es un verdadero gozo enfrentarse a los retos que va deparando la existencia humana porque repercute en la madurez de la persona.
Se trata de un aprendizaje en el espíritu de sacrificio, de completa y cuidadosa entrega a las metas que se haya propuesto o que la empresa ha fijado. De eso depende el éxito en el presente y en el futuro. Aquí no cabe el desánimo ni el desaliento.
Lo mismo sucede con los cónyuges recién casados en ese proceso de entenderse, comprenderse y disculparse mutuamente. Se aprende a ceder, a decir “no” a los caprichos y egoísmos; a pensar en cómo hacer feliz cotidianamente a la esposa o al esposo. Son detalles, menudencias, pero que proporcionan alegría, optimismo y buen humor en esa inicial convivencia.
Con qué gusto los matrimonios mayores recuerdan sus primeros años de casados. Los apuros económicos por los que tuvieron que pasar: hacer rendir la quincena; eliminar los gastos superfluos. Hasta es motivo de risa y buen humor aquel pequeño cochecito que tenían al principio y que a cada rato iba a dar al taller. También aquel pequeño departamento en que vivieron y con mil privaciones instalaron la cocina, una pequeña sala y demás enseres.
Después ella comenzó a desarrollarse como Ingeniera Química, trabajando en un reconocido laboratorio. “Con el tiempo y un ganchito” –como dice el dicho popular– pudieron ahorrar lo suficiente para cambiarse a un departamento más grande y confortable.
Después tuvieron una noticia que les causó una enorme alegría tanto a los cónyuges como al resto de la familia: el nacimiento del primogénito. Le pusieron por nombre, Francisco, al igual que su papá y le dicen Paquito. Naturalmente los dos estaban como locos de gozo y entusiasmo. Tuvieron que reorganizarse en “tiempos y movimientos” para que aquella criatura estuviera bien atendida. Y por supuesto con la invaluable ayuda de la abuelita. Y los fines de semana con el abuelito y las tías.
Se aprende a crecer en la virtud de la fortaleza ante las habituales contradicciones e imprevistos. También se debe aprovechar bien el tiempo para hacerlo rendir lo mejor posible y cumplir con todas las responsabilidades en el hogar y en el trabajo.
Los esposos van notando que el amor crece entre ellos por su misma convivencia cariñosa, así como en la medida en que vienen los hijos y van creciendo. Lógicamente que tuvieron que contratar a una experimentada empleada del hogar con la finalidad que atendiera, junto con la abuelita, al pequeño Paquito y a las demás criaturas.
Entre los dos, marido y mujer, aprendieron a cocinar y a limpiar muy bien la casa. No faltó el día en que se le “chamuscó el arroz o los frijoles. O cuando el pastel quedó cocido como si fuera “de piedra”. Es decir, ¡incomestible! Fueron gajes del oficio y un tiempo de aprendizaje. Para resolver esto, tomaron varios cursos. Con el tiempo, el marido resultó un excelente chef y la esposa una experta en repostería. Pero esto costó esfuerzo lograrlo. Y no faltó el comentario de la abuelita: “En mis tiempos, ni soñando ocurría esto. Pero me da gusto que ahora los dos intervengan en el buen funcionamiento de la casa. Los dos aprenden y se complementan bien”.
El hombre y la mujer se comprometen a amarse toda la vida y abrirse con generosidad a la procreación. Por ello dicen en la boda: “Yo te quiero a ti como legítimo esposo (a) y me entrego a ti. Prometo serte fiel en las alegrías y en las penas, en la salud y en la enfermedad, todos los días de mi vida”. La forma del matrimonio son precisamente estas palabras de los contrayentes dando su consentimiento.
Y los hijos son fruto del amor vivo entre los esposos. ¡Cuán cierta es la expresión que dice: “la fidelidad conduce a la felicidad”!
En suma, el futuro depende de las familias; llevan consigo el porvenir mismo de la sociedad y contribuyen eficazmente a un mañana esperanzador para que los esposos transmitan los valores a sus hijos, en una convivencia de amor y de armonía.
Por Raúl Espinoza Aguilera