El 18 de enero de este año, mi novio organizó una sorpresa en la que me preguntó si me quería casar con él. Escogió esa fecha porque sabe que es un día que me había cambiado la vida de una forma muy distinta a cómo me la estaba cambiando él.
El 18 de enero del 2013, mientras estaba sentada en una cama de hospital, la doctora de guardia de la sala de emergencias me dijo que los síntomas que presentaba eran consistentes con un cuadro de diabetes tipo 1.
Diabetes. Yo ya había escuchado esa palabra, pero en ese escuchar de la palabra residía una ignorancia que solo me dio para pensar si me iba a quedar ciega. Eso fue lo primero que pensé.
Al momento de mi diagnóstico, eso era lo que sabía sobre la diabetes. En los días y horas que siguieron me di cuenta que solo sabía tres cosas: que era una enfermedad que tenía que ver con azúcar, que uno de sus efectos colaterales (si no se atienda) era la ceguera y que no tiene cura.
También me percaté de que yo no conocía a alguien cercano a mi que tuviera diabetes o una enfermedad de ese tipo. Creo que eso fue algo que para mi hizo más difícil el proceso de adaptación, porque las únicas personas que me aconsejaban y me decían qué hacer y cómo tratarme eran doctores y a veces pensaba que aunque ellos tuvieran la teoría, no tenían la enfermedad.
Me ha tocado pasar por situaciones en las que veo la mirada de la gente juzgándome cuando ven que le voy a dar una mordida a un pedazo de pastel o que me preguntan “¿tú puedes comer eso?”, que pongan cara de dolor cuando saco una aguja para inyectarme insulina y me digan “yo jamás podría hacer eso”. Bueno, pues podrían si su vida dependiera de eso, como la mía.
Eso ha ocasionado que en incontables situaciones me sienta incomprendida, frustrada y aislada.
Pero así como la diabetes me ha puesto a prueba, también me ha enseñado cosas que considero que siempre debí de tener en mente aún y cuando las cosas no me estaban pasando a mi.
La aceptación, la actitud y el apoyo de los seres queridos son clave para sobrellevar este padecimiento
Sensibilidad
Así como yo estuve alguna vez, mucha gente no está familiarizada con la diabetes y su consistencia.
Confieso que desde que me diagnosticaron me molesta mucho cuando escucho a alguien que no es diabético y que está a punto de comer una rebanada de pastel decir: “me va a dar un coma diabético” o cuando veo que publican una foto en sus redes sociales de algo muy dulce con las etiquetas #diabetes #comadiabético, porque siento que no saben de lo que están hablando y que se están tomando como un juego algo que realmente es delicado. Eso me ha puesto a pensar que quizá antes de vivir con diabetes yo también hice un comentario de ese estilo sobre alguna condición similar y no me di cuenta de lo insensible que podía resultar hasta que me sucedió a mi.
Desde entonces estoy más al pendiente de mis palabras. Yo sé que la gente no hace ese tipo de comentarios para lastimarme o lastimarnos a los diabéticos o que me lo debería de tomar personal, pero eso no significa que a veces hacemos comentarios que pueden herir los sentimientos de los demás, a final de cuentas todos tenemos nuestras propias luchas, y muchas veces las llevamos en silencio.
Por eso es importante educarnos y educar a la gente sobre temas delicados como lo es la salud tanto física como mental.
El respeto, la sensibilidad y la empatía son virtudes fundamentales hacia quienes viven con diabetes
Salud mental
Y precisamente atender la salud mental es otra de las cosas que me ha enseñado el tener un padecimiento que requiere mi atención las 24 horas del día y los siete días de la semana.
Un millón de preguntas han surgido en mi mente desde el día que me dijeron que tenía diabetes. De pronto mi preocupación no era solo quedarme ciega, a eso se le sumaron las formas en que corría riesgos de amputación, los posibles daños a mis riñones o si voy a poder tener hijos.
A esto se le sumó una constante de visitas al endocrinólogo, nutriólogo, reumatólogo, internista, dermatólogo, etc. El peso de la preocupación de pensar si un simple dolor de cabeza me lo está causando la diabetes de pronto se volvió una carga para mi. Mi cuerpo no era el único en shock, mi mente también.
Los primeros años mis papás me agendaron citas con una psicóloga, pero en mi inmadurez e incomprensión de lo que estaba viviendo dejé la terapia a las pocas sesiones, pensando que si me sentía bien (físicamente) todo estaba bien. De lo que yo no me daba cuenta era que reprimía todas las nuevas emociones que estaba experimentando y que cosas como inyectarme a mi misma y lidiar con agujas varias veces al día, estar al pendiente hasta del más mínimo susto, leer y entender las etiquetas de los alimentos, sentir que ya no era yo quien estaba en control de mi propio cuerpo no era cualquier cosa.
Me tarde un tiempo en comprender que no se trataba de que me estuvieron obligando a ir con otro especialista solo por el hecho de ir, sino que atender mi estado emocional era la manera que tenía para aceptar lo que me estaba pasando, poder convivir con eso en paz y estar bien conmigo para estar bien con los demás.
Otra forma de atender el estado emocional cuando pasas por este tipo de situaciones tiene que ver con algo que mencioné anteriormente. Al convivir con mi familia y amigos a veces me sentía aislada porque como nadie tiene diabetes, sentía que no podía compartir lo que vivo porque nadie me entendía.
La realidad es que no me debería de sentir aislada en un país en el que, lamentablemente, millones de personas tienen el mismo padecimiento que yo. No me refiero a que por el hecho de que tenemos la misma enfermedad deberíamos de ser amigos, pero por el hecho de que existimos, también existen grupos de apoyo y asociaciones en las que podemos convivir con gente que nos entiende y que vive situaciones similares, solo está en que tomemos la decisión de aprovechar ese recurso.
En México, 12 millones de personas padecen diabetes y se estima que para 2045 habrá 630 millones de casos a nivel mundial
Determinación
Tengo el privilegio de vivir en una familia que tiene los recursos y la voluntad de ayudarme y apoyarme en lo que yo necesito en cuanto a mi tratamiento, pero también soy consciente de que ese apoyo llega hasta donde yo lo permito. Si yo no me dejo ayudar, no hay mucho que ellos puedan hacer.
Entonces he aprendido a tomar decisiones. He aprendido a dejarme apoyar, a hacer lo que yo me proponga y a querer estar saludable. A lo largo de estos seis años he tenido muchas subidas y bajadas, tanto de niveles de glucosa, como de estados emocionales, como de peso. De lo que me di cuenta cuando esas subidas y bajadas eran un línea estable es que era cuando más enfocada estaba en estar bien.
Porque aunque la diabetes sea incurable, tiene la gran ventaja de ser tratable y manejada por mi misma. Claro, mi vida cambió radicalmente, pero en estos años he aprendido a ser sensible conmigo, a entender qué es lo que necesito y cómo, a hacerle caso a los doctores y que es fundamental contar con un sistema de apoyo como lo han sido siempre mi familia, mi novio y mis amigos. He aprendido que voy a llegar tan lejos como yo misma me lo proponga.
Claro que aceptar y entender todo esto no ha sido fácil. Para mi ha tomado más tiempo del que ahora considero que debió de haber tomado y ahora solo agradezco y reconozco que el tiempo ha sido noble conmigo y trato de no subestimar su valor.
Hoy estoy determinada a que la diabetes no me detenga en nada. Hoy trabajo, estudio una maestría, hago ejercicio, salgo con mis amigos y mi novio, viajo, me divierto y me entristezco como cualquier otra persona. Llevo la vida que quiero, porque me comprometí a hacerlo así.
Y algunos compromisos son para toda la vida, como el compromiso que comencé el 18 de enero con mi novio, en la misma fecha que años antes, sin que yo me lo esperara, me iba a dar la razón y el reto de hacer uno de los compromisos más importantes, el compromiso conmigo misma.
“Hoy estoy determinada a que la diabetes no me detenga en nada. Hoy trabajo, estudio una maestría, hago ejercicio, salgo con mis amigos y mi novio, viajo, me divierto y me entristezco como cualquier otra persona”
Montse Valerio